Compro libros y bibliotecas
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La señora de los gatos

En las andanzas de ir a comprar bibliotecas, recuerdo una en particular, por la zona sur de la Ciudad de México, en un conjunto habitacional de Av. Universidad. Ella vivía en el cuarto piso de la torre L, cuando llegué a la planta baja se percibía ya el olor, ese tufo inconfundible que presagiaba la presencia de gatos, era primavera, medio día y un calor sofocante, comencé a subir  por las escaleras, pues no había elevador, todo estaba sumamente limpio, pero la esencia de los felinos era cada vez más penetrante, conforme subía cada piso el olor se intensificaba a pesar de la pulcritud del lugar, por fin, me presenté frente a la puerta de donde emanaba esa pestilencia, me recibió una empleada de gobierno, una asistente social, me asomé al departamento y del lado izquierdo, recostada en un sillón de madera, la señora de los gatos, una mujer de aproximadamente setenta años que llevaba olvidada de sí misma al menos una década, cabellera blanca, abundante a pesar de la edad, ropa de varios colores y de varias épocas, mirada triste y perdida, no respondió mi saludo, seguramente ensimismada en recuerdos de mejores días.

El departamento estaba lleno de rastros de heces de los animales, las evidencias se contaban por cientos, era notorio que habían sido removidas recientemente. Continuaba en la puerta de la entrada pero la curiosidad me ganó, me di valor y con la mano cubriéndome la nariz y la boca pasé al departamento, intenté pisar por las áreas más limpias de la alfombra, pero fue imposible. Llegué hasta la habitación donde se hallaban los libros, para mi sorpresa, eran bastantes títulos y muy buenos, aproximadamente dos mil ejemplares, estaban colocados en libreros que tapizaban las paredes, en medio había una cama individual con libros también, no existía casi ninguna parte del cuarto sin vestigios de la invasión felina. La mayoría de los libros estaban cubiertos de polvo y marcados con los orines de los animales, no quise tocar nada, decliné realizar la compra.

Después de mi rechazo, la trabajadora social me pidió que la apoyara, me contó la historia de la señora de los gatos, que en ese momento cantaba un bolero en la sala, no la vi, pero me la imaginé bailando sola, encima de la mierda de sus mascotas sin percibir la fetidez, acostumbrada a ella, se escuchaba contenta.

La empleada del gobierno me contó que la señora de los gatos fue esposa de una eminencia, doctor en Ciencias Biológicas por la U.N.A.M. donde daba clases, su matrimonio duró treinta y cinco años, no tuvieron hijos, así lo decidieron y así eran felices, hasta que él murió atropellado hacía diez años, desde ese momento ella entró en depresión, se aisló del mundo, sólo salía a comprar comida para sus mininos una vez a la semana, sobrevivía con la pensión de su esposo. 

La trabajadora social fue enviada en apoyo debido a insistentes llamadas de los vecinos para que auxiliaran a la anciana, llevaba semanas sin salir y sólo se escuchaba que cantaba. Al llegar el apoyo, la señora de los gatos se puso histérica, después de un rato dejó entrar a la asistencia social, se sentó en su sillón de madera mientras veía como se llevaban a sus nueve “hijos” y sacaban tres enormes bolsas con heces de los animales.

El dinero de la venta de la biblioteca era para acelerar el proceso de enviarla a un asilo, opté por rescatar algunos libros, sólo pude seleccionar cincuenta de ellos, la pestilencia y las condiciones de los ejemplares no permitían hacer más. Al retirarme vi como la anciana recostada en su sillón dibujaba en el aire compases musicales, abstraida totalmente, feliz, cantando un bolero.

Días después me marcó la asistente avisándome que la señora de los gatos murió en su casa, muerte natural, la hallaron inerte, en su sillón, con el bosquejo de una sonrisa y abrazando la foto de su esposo.

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