Me encontraba muy ocupado sacándome las pelusas del ombligo y pensando en hurgarme los quesitos de los pies, cuando recibí un mensaje inesperado, que, como diría cierto pendejo (cuyo nombre por ahora no quisiera recordar), me cayó como anillo al dedo. Me explico:
Conozco a un amigo desde hace muchos años, desdenantes que la palabra coronavirus entrara en mi vocabulario, y me enteré que es uno de mis lectores frecuentes (si digo lectores es porque con él ya son dos); quería hacerme una invitación. Me dijo, en su mensaje, que había abierto un blog para narrar sus aventuras en el mundo de la venta de libros usados y mucho le gustaría que me rifara uno que otro artículo que hablara sobre el tema para poder compartirlo y crear una comunidad de lectores, escritores, fanáticos de los libros y de la bibliofilia (en realidad no me dijo todo eso, pero eso fue lo que entendí). Y a mí que casi no me gusta escribir acerca de esos menesteres, accedí de inmediato.
Es curioso, debo confesar que justo le acababa de preguntar a un maestro, que me dio clases de cuento, si no sabía de alguna revista, periódico o algún otro medio (de moral dispersa y de dudosa reputación) que quisiera publicar, de manera frecuente, algún artículo con el tono de las xaladas que me da por escribir; me dio ciertos datos, los cuales agradezco mucho, pero nada en concreto.
Así que, como siempre nace una oportunidad y de hoy en adelante me propuse no dejar pasar ninguna experiencia que pueda orillarme a crecer o a ser un mejor ser humano (que la neta no sé si mi caso tenga remedio), comencemos:
Les decía que andaba buscando la mejor manera de hacerme bien uei, porque uno tiene sus métodos y se da sus mañas, pero después de un mes de estar encerrado los recursos se me estaban agotando y además la presidencia ya está ocupada, así que, una de las mejores terapias que he encontrado para que las horas se escurran sin sentirlas, aunque corran con lentitud, es dedicarme a leer.
Estaba intentando localizar alguna víctima en mi librero cuando se me atravesó el gran Francisco Tario. Como muchos de ustedes saben, Tario fue un individuo bastante peculiar, fue vecino de Octavio Paz, portero del Club Asturiano, tenía un cine en Acapulco, tocaba el piano y aparte de todo eso tenía una esposa que estaba como dirían las ñoras de Polanco: goooapísima; se llamaba Cristina Ofarrell o Farrel o algo así. En seguida lo busco y les digo (supongo que Tario también cantaba cumbias, mascaba chicle, planchaba ajeno y sabría cocinar, barrer, trapear, pintar, bailar pegadito y hacer trú trú).
Por si no fuera suficiente, escribía y la verdad lo hacía de manera soberbia; hay quienes dicen que si no hubiera nacido en México su literatura podría haber alcanzado los registros del mismo Borges, no sé si sea para tanto, pero el asunto es que por un tiempo fue un escritor de culto y poder leerlo era muy complicado, conseguir sus libros era casi imposible, pues jamás se hizo ninguna reedición de sus manuscritos hasta épocas muy recientes.
En cuanto a su bibliografía, lo primero que me viene a la mente es un ejemplar de cuentos titulado La noche. En él, los objetos toman vida y se convierten en narradores de las historias. De tal manera que al leerlo podemos ser capaces de sentir con claridad lo que podría pensar un ataúd al ser enterrado; lo que sucede en la mente de un buque antes de naufragar; o vivir una noche de juerga con un traje que se sale del armario y le da por irse a vagar de madrugada por la ciudad, para encontrarse con uno o dos vestidos y caer fatalmente enamorado.
Si no mal recuerdo, Tario escribió unos diez libros: Yo de amores que sabía, Breve diario de un amor perdido, Equinoccio, La puerta en el muro, Aquí abajo, La noche, Tapioca inn. Mansión para fantasmas, Una violeta de más, Acapulco en el sueño, El jardín secreto y una obra de teatro denominada El caballo asesinado; esta última publicada de manera póstuma, lo mismo ocurrió con El jardín secreto.
Del mismo modo, la familia editó una pequeña recopilación de cuentos ilustrada por uno de sus hijos; es curioso, encontraron un mueble viejo y al moverlo, o quizás al andar meticheando, aparecieron varios textos inéditos. Uno de ellos es un cuento que Tario les contaba a sus hijos antes de dormir y habla acerca de unos guantes asesinos (sin duda también era un romántico).
Y hasta donde entendí, de lo que se trata en este artículo es hablar sobre libros, librerías de viejo y hallazgos, así que, les comentaré que tengo en mi biblioteca casi todas las primeras ediciones del inigualable Tario (alguna vez le confesé esto a cierto amigo y me dijo que él sabía de alguien, que justo revivió el fenómeno de este escritor, que podría ser capaz de matar por conseguir esas ediciones, espero no invitarlo nunca a mi casa. Por fortuna no lo conozco y muchas ganas no tengo). Debo confesarles que sólo me falta un libro: Yo de amores que sabía (si alguien sabe de él le ruego información, cien mil o un millón yo pagareeeee-é) con esa novela mi colección estaría completa. El asunto es que se imprimió hace ya algunos años, para ser concreto en 1950, y el tiraje fue de la fabulosa cantidad de 125 ejemplares.
Ahora bien, me gustaría hablar de cómo llegó a mis manos El jardín secreto, debido a que sucedió algo bastante peculiar con esa novela. Tario la escribió, pero, por algún motivo que desconozco, él nunca la publicó, así que se editó después de su muerte y, para chingarla de acabar, no se vendió y todo el tiraje (o casi todo) terminó en la guillotina o más bien en alguna recicladora de papel.
Una mañana sonó mi teléfono y resulta que el gran amigo que me orilló a escribir esto, tenía un ejemplar; así que acudí as soon as en chinga a su librería, que antes estaba ubicada a las afueras de la Biblioteca México (si no han ido están bien zoquetes, la remodelaron y quedó bien de poca madres, pueden ver las bibliotecas personales de Alí Chumacero, gran poeta y antiguo editor del Fondo de Cultura Económica, Antonio Castro Leal, Jaime García Terrés, Octavio Paz, premio Nobel, Carlos Monsivais y José Luis Martínez). Llegué a su local y me mostró el libro, yo quería llorar de la emoción, comencé a sudar y se me quería salir el corazón por el sobaco, estaba seguro que no podría llevarme la novela, pensé que no traería el dinero suficiente; es fecha que no comprendo cómo pude comprarlo por tan sólo doscientos pechereques.
Para ser muy franco, creo que ha llegado el momento de darle un vistazo, pues espero que este desmadrito no llegue hasta Navidad, pero aún me faltan chingos de días para poder salir de mi casa. Así que, prometo empezar con El jardín secreto; aunque sabiendo que quizás sólo haya unos cuantos ejemplares vivos caminando de puntillas por alguna que otra biblioteca, no me dan ganas ni de verlo, porque para hacer pendejadas me pinto solo y me da miedo mojarlo, mancharlo o hasta romperlo, en fin, seré cuidadoso y ya les contaré qué tal está.
Para finalizar, les diré que seguiré encerrado y estaré rasking the balls at my house lo que resta de este mes y el siguiente (ya me estoy quedando sin uñas). Por otro lado, estaba pensando que este asunto podría concluir con unos versos del gran Jaime Sabines. La razón es muy simple, la verdad, este fue el primer libro de poesía que compré; lo hice una tarde de desesperación, pero esa ya es otra historia:
“Si sobrevives, si persistes, canta,
sueña, emborráchate.
Es el tiempo del frío: ama,
apresúrate. El viento de las horas
barre las calles, los caminos.
Los árboles esperan: tú no esperes,
este es el tiempo de vivir, el único”.
Estoy seguro que nos veremos en breve, cuídense mucho. Y por cierto, la esposa de Tario se llamaba Carmen Farrel.
Descansen y, por favor, no olviden soñar.
gabriel duarte
abril xx-xx

Envíamos los mejores escritos anuestros suscriptores
Nos comprometemos a enviar nuestros escritos mejor pulidos antes de publicarlos aquí.